Hay buenas y malas noticias sobre salud el coronavirus.
Primero, hay razones para el optimismo. El virus atacó hace sólo cuatro meses, pero ya conocemos sus características genéticas. A los científicos les llevó años llegar tan lejos con el VIH. Los medicamentos antivirales están en desarrollo, y una vacuna podría estar disponible dentro de 18 meses. El ritmo del progreso científico es impresionante.
Pero hay serias preocupaciones. Los médicos de la Universidad Johns Hopkins advierten que los hospitales podrían convertirse en «amplificadores de enfermedades». Si no tienes el coronavirus antes de entrar al hospital, el riesgo es que lo contraigas mientras estés allí.
El CDC está advirtiendo que el brote sólo está empezando, y «hay una buena posibilidad de que muchos se enfermen».
Para hacer sitio a los infectados, los hospitales ya están ideando estrategias de emergencia que incluyen dar de alta a otros pacientes antes de lo habitual, convertir habitaciones individuales en dobles, crear instalaciones improvisadas de aislamiento, comprar moteles cercanos e incluso erigir salas temporales en los aparcamientos.
La semana pasada, el Congreso promulgó un enorme proyecto de ley de emergencia de 8.300 millones de dólares sobre el coronavirus. Está lleno de regalos a grupos internacionales y proyectos en el extranjero, incluyendo dinero para que el CDC compre «vehículos oficiales en países extranjeros». La agencia debería llamarse el Centro de Desembolso de Dinero en el Mundo.
Pagar para luchar contra las enfermedades en el extranjero es inteligente, pero la cuenta se pasa de la raya. Los burócratas que dirigen las agencias federales de salud deben ajustar sus prejuicios globalistas y centrarse en proteger a los estadounidenses.
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El proyecto de ley ignora una de las necesidades más urgentes: una agresiva campaña de control de infecciones para preparar al personal del hospital. Eso es un descuido serio. El incidente de la semana pasada en el Hospital Episcopal de St. John en Far Rockaway, Queens, muestra por qué.
El 3 de marzo, un conductor de Uber entró en la sala de emergencias del St. John’s sin saberlo, infectado. Se quejó de síntomas parecidos a los de la gripe, pero el personal lo envió a casa. Volvió más enfermo unas horas después. Para el momento en que fue puesto en aislamiento, hasta 40 doctores, enfermeras y otros empleados del hospital tuvieron contacto con él y ahora están siendo monitoreados. Peor aún, el incidente expuso al virus a numerosos pacientes y visitantes del hospital.
Es de esperar que este error se repita en toda la ciudad y la nación, infectando innecesariamente a los pacientes y al personal del hospital.
Los trabajadores sanitarios estadounidenses necesitan una formación adicional sobre cómo reconocer a los pacientes con riesgo de infección y aislarlos rápidamente. Necesitan ponerse al día en la limpieza de sus manos, usar equipo de protección y asegurarse de que el equipo médico, como las sillas de ruedas y los manguitos para medir la presión sanguínea, se desinfecten entre cada uso.
Afortunadamente, los científicos nos están armando con el conocimiento para combatir este contagio.
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